
Los cristales pueden quebrarse.
A veces, basta un leve golpe de abanico.
Las telas suelen desgarrarse al contacto de una diminuta astilla.
Se rasgan los papeles... Se rompen los plásticos... Se rajan las maderas... Hasta las paredes se agrietan, tan firmes y sólidas como parecen.
¿Y nosotros? Nosotros también nos rompemos, nos desgarramos...
Nuestros huesos corren el riesgo de fracturarse, nuestra piel puede herirse...
También nuestro corazón, aunque siga funcionando como un reloj suizo y el médico nos asegure de que estamos sanos.
El corazón se daña muy fácilmente.
Cuando se oye un "no" y esperaba un simple "sí" y un abrazo...
Cuando lo engañan...
Cuando encuentra candados donde debía encontrar puertas abiertas...
Cuando es una rueda que gira solitaria día tras día... noche más noche...
Entonces, siente tirones desde arriba, por adelante, desde abajo, por detrás...
¿Se arruga?
¿Se encoge?
¿Se estira?
No.
Late lastimado.
¿Y cómo se cura?
Solamente el amor de otro corazón alivia sus heridas.
Solamente el amor de otro corazón las cicatriza.
Él y yo lo sabemos.
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